martes, 29 de julio de 2008

207 mutantes

- ¡Vamos! No te pares ahora... no sería justo para los dos que renunciaras a todo después de tanta lucha.
- Lo sé... pero estoy cansada... estamos huyendo constantemente... las ratas-mutantes no dejan de reproducirse, de destruir cada ser vivo y convertirlos en uno de ellos. ¿Qué vamos a hacer? Tarde o temprano nos atraparán o, con suerte, decidiremos matarnos en un gesto de valentía cobarde.
- Estoy contigo en esto, ¿vale? En esto y en todo lo demás... pase lo que pase, no sueltes mi mano.

Andaban escondidos en un callejón, en la penumbra que da una luz ámbar bajo la luna. Se sorprendían cómo les preocupaba la destrucción de la humanidad, esa que tantas veces solían despreciar y que otras tantas jugaban a no pertenecer.
Sin explicación alguna para ellos, las ratas-mutantes habían decidido adquirir cómplices para dominar la ciudad. Cómplices obligados. Con un solo mordisco, cualquiera que pasara por allí aumentaría su talla 93 centímetros más. Su piel se tornaría a una oscuridad grisácea unida a un vello largo, duro y de tacto repelente. La cabeza mostraría qué animal llevarían dentro: la rata. Y lo peor: unas ansías de morder, de destruir y de demostrar que ellos dominarían el mundo.

- Me has convencido. Dame un beso. Te quiero. Y aunque te conviertas en una rata... te seguiré queriendo. Lo sabes. Lo sé.
- Sabes que no soy tan expresivo como tú... pero ¿qué te crees?, ¿Que no he huido de esta ciudad sólo porque estoy aburrido?...¿dónde estoy? Contigo, siempre contigo. Te quiero. Y ahora vámonos... debemos de salir de aquí.

Y corrían como nunca lo habían hecho jamás, literalmente. Encontraron dos bicicletas arrinconadas en el quicio de una casapuerta. Se miraron. “Imposible, aprender a usar estos cacharros nos mataría de verdad”, se dijeron con las miradas. Y siguieron corriendo. De vez en cuando miraban a izquierda y derecha en los huecos de los callejones oscuros. Veían escenas repugnantes: las ratas-mutantes necesitaban más cómplices y ante la falta de víctimas, decidían practicar sexo una y otra vez. La parte más humana de las ratas haría que proliferaran muchas más.
Él se paró. Necesitaba respirar. Estaba mareado. Le dolía la espalda... pensaba lo bien que estaría sintiendo las manos de ella como una masajista mientras oían de fondo aquella canción de Blues que consiguió que fuera la banda sonora de muchos encuentros... Levantó la vista y se percató que ella estaba hablando con dos mujeres vestidas de blanco.

- Si queréis evitar el mordisco de las ratas-mutantes debéis formar parte de la Hermandad Hedonista.
- ¿Hermandad Hedonista? Preguntó ella con su típica cara de despiste.
- Sí. Las ratas rechazan mordernos, no se pueden acercar. El único requisito es que os entreguéis a la belleza corporal, a cultivar el físico, el cuerpo. Evitaréis grandes problemas. La mente, poco a poco, se anulará pero seréis más felices. Ni las ratas ni los problemas os atacarán. Y ni siquiera vosotros mismos os llegaréis a reconocer. Sólo estará vuestro cuerpo y vuestra Hermandad.

Ella dudó... nunca le había gustado pertenecer a grupos y mucho menos a uno así. Él se sorprendió pensando lo mismo que ella...”qué haríamos sin tantas cosas que nos gusta, que nos gustan”.

Él la miró fijamente y pronunció las palabras que los ojos de ella pedían: “No, vámonos, lo conseguiremos... y si no es así, al menos moriremos haciendo algo que nos encante, que nos guste...pero lo viviremos, lo compartiremos. La mente es el mejor tesoro que nos queda, cariño”.

Y siguieron corriendo dejando atrás aquellas extrañas personas de blanco... esas sí que les habían dado miedo de verdad.

lunes, 21 de julio de 2008

Sardinas asadas (y papitas aliñás)

No me gustan los visionarios, los adivinos. No me creo nada de los echadores de cartas ni de los horóscopos del diario. El futuro me puede resultar inquietante como a cualquier persona, pero creo que no tanto como para pagar para que alguien me diga lo bien o mal que me va a ir de aquí a diez años.
Sí conté hace tiempo el detalle sobre los presentimientos de mi madre según sueñe con agua clara o agua limpia (un caballo blanco...un caballo negro..jorrr...sin coments...). Y aunque incrédula, ahí sigue cumpliendo la regla. Hace poco volví al hogar materno y comenzó la limpieza de verano (es que hay miles de cosas de temporada: momias, fruta, cojitas,...). Una de los objetos a limpiar fue el ordenador de mesa: bye-bye!! Supuestamente iba a fusionarse con otro igual pero no sé aún cómo resultará el experimento. Y con ese afán de limpieza veraniega encontré un documento que escribí para usarlo en mi trabajo en el 2006. Y me sorprendí a mí misma como una visionaria de la economía del país (qué horrooooooooor). Aquí adjunto el susodicho escrito:

Los españoles se han convertidos en unos nuevos ricos. Se han vuelto pedantes, estúpidos, snobs e insoportables. Nos resistimos a ver lo que antes éramos, y también a todo aquel que nos lo recuerde. No aguantamos ninguna clase de contrariedad, y tenemos miedo de todo lo que pueda alterar nuestro estatus. Se habla por ahí del "milagro español", de lo mucho que ha crecido el país en apenas 30 años. En efecto, debe ser un milagro, porque algo tan "espectacular" no se logra tan rápidamente. El esfuerzo, el verdadero esfuerzo, no se recompensa tan fácilmente (aunque me temo que en eso seguimos siendo muy españoles, nos ponemos la medalla del trabajo que los fondos de cohesión europeos han hecho). A no ser que la cosa no sea tan espectacular y la cosa sea más bien ficticia. Más que milagro, habría que llamarlo "burbuja española". Algún día explotará. Pero mientras, tanto, en esa actitud tan de nuevos ricos, sigamos viviendo el presente, dilapidando la riqueza caída del cielo.

Y ahora...¿de qué se habla dos años después? De la crisis...siiii, con todas las letras:
C – R - I -S – I - S...ya no se habla de otra cosa. Hasta en los chiringuitos de verano puedes oír la palabrita. Las sardinas asadas se aburren en la hoguera esperando que alguien las compre (que por cierto, que pestazzzzo con el humo a las 3 de la tarde, joder). Ya los mirones de playa ni miran a las chicas en topless, están más preocupados de contar los céntimos que le quedan en la cartera para invitar a un refresquito para dos. Aunque para todo hay una excepción: ese 25% de la encuesta...ahí es nada! Siguen miroteando. Otro tanto, disimula y un nada despreciable 20% se muestra como público femenino del blog (por favor, dejemos las tesis y teorías pasadas,jejeje). Y gracias, gracias, gracias de nuevo por tanto voto y tanta participación.
Pues vale, lo admitimos, crisis o no, en el fondo todos tendremos un punto morboso, curioso que nos hace mirar con o sin disimulo todo aquello que se sale de lo normal. Pero realmente para mí lo OBVIO es lo que tiene más encanto.

martes, 15 de julio de 2008

Brácularr II

Al irse la cogimos un poco mejor, pero no en toda su grandeza...

Brácularr I

Lástima que no pudiéramos pillarla de frente, pero os prometemos:

1. Que era una mujer.

2. Que era la prima de Brácularr, por la groria de mi madrerr.

sábado, 12 de julio de 2008

The doorrrrrrr

Cuando das un paseo por el mismo recorrido ya cotidiano para ti, supuestamente nada te llamará la atención. Pero si dos personas con características distintas pero similares, se juntan para observar la realidad... puede que dicho paseo se convierta en toda una novedad.
Después de llegar a sabias conclusiones sobre semáforos para ciegos, pasamos a la observación de un curioso cartel, del que adjuntamos la fotografía:






No hay palabras. Mirada, carcajada y un mismo pensamiento: joder, si es que lo teníamos que ver nosotros!. Dicho escrito nos hizo pensar que si una tienda de diseño interior, muebles minimalistas y toda clase de pijadas que se les ocurra, tiene que llegar a poner un cartel con dicho mensaje... es que realmente no ha pasado una vez. Nos imaginamos cada cliente en plan bruto “esta puerta la abro yo como sea”, metiendo las manos e intento empujar hacia delante o hacia los lados...y la pobre dependienta horrorizada como si tuviera delante al mismísimo protagonista de “No es país para viejunos” (muy buena peli, por cierto).
Pero llegados a este punto pensamos: “¿por qué tenemos que dar por hecho en el catetismo o brutalidad de los clientes que intentan entrar en la tienda?”. Siempre en estos casos, tenemos la tendencia a echarle la culpa a la torpeza humana... ¿es que la máquina no falla nunca?. Quizás el problema radica en que la puerta es insoportablemente lenta en abrirse. Puede que tarde, por ejemplo, 1 minuto y 45 segundos, lentísimos segundos, en abrirse... y la gente acabe desesperándose y pensando que está en un error y que hay que abrirla. ¿No ha pensado el buen encargado de la tienda en arreglar el temporizador o sensor de la puerta, en lugar de poner un cartel en el que te deja caer, así por lo bajini, que es usted un bruto y un desalmado rompedor de puertas?.
Nos volvimos a mirar y casi al unísono pensamos y dijimos: “joder, no, otra idea para una entrada”.

martes, 8 de julio de 2008

Casi que mejor no estar en la lista

Los que habéis seguido el blog desde el principio conocéis el interés que suscitan en mí los semáforos, sobre todo los de hobbits, pero hoy me he encontrado con un elemento ya casi olvidado por el desuso y que se está reimplantando, y son aquellos que disponen de señales sonoras para invidentes. Un bip bip más o menos cadencioso acompaña a la luz verde para los peatones, me parecía mucho más interesante aquello del “Pase ahora...Pase ahora...Pase ahora” de Blade Runner, era un poco más “amigable”, esa odiosa palabra que se ha puesto de moda para describir ese concepto que antes llamábamos comodidad, o afrancesadamente, confort, a la hora de usar los objetos. Andaba con una amiga por una de las escasas avenidas de mi pequeña ciudad sureña, vamos, Cádiz, para el que aún no lo sepa, y empecé a oír uno. Nos miramos incrédulos. ¿Otra vez? Vamos a ver, le dije, yo soy ciego, ¿vale?, también tendría que ser puta casualidad que me encontrara justo a la altura del semáforo para saber que puedo pasar. Inútil. Como los abrefáciles, otra de mis obsesiones, profusamente documentada asimismo aquí. Nos llevamos un rato hablando sobre la locura que podría suponer una ciudad llena de avisos sonoros de ese tipo, imagina, uno además para saber que justo ahí hay un semáforo, sí, de hobbit por favor, y salgo a la altura de un punto intermedio entre dos semáforos, ¿hacia cuál voy?, ¿y si además me desorienta un aviso de la misma naturaleza proveniente de enfrente, o de la calle de al lado, o de la de atrás? Una desoladora imagen de gente chocando indiscriminadamente me hizo pensar en que espero que a cierta ministra de igualdad no se le ocurran estas cosas, aunque ahora está ocupada en labores más filológicas afortunadamente. Y sí hijo, también es de Cádiz, al menos no podré ser acusado de trato de favor por paisanaje.

Total, y en fin, y pues ya ves, y cualquier otra fórmula de continuidad que se os ocurra, que nos empeñamos en hacer los objetos y los lugares más amigables, y resulta que hace un par de noches me acerco a un lugar de moda para tomar una copichuela, y en la puerta había seis matones seis, de la ganadería de Vitorino Esteroide, impresionante, las dimensiones del lugar deben ser propias de una ceremonia del III Reich pensé, pero qué va, normalito, tirando a coqueto, con apenas tres camareras en la barra y una cosa pizpireta y someramente vestida que iba de aquí a allá, más saltimbanqui que mesera. Buscando alguna razón para tal despliegue, miré el mobiliario, quizás piezas únicas de diseñadores de renombre, o de materiales nobles dignos del despacho de un dictador africano, pero no, de lo más convencional. Ya está, la clientela debe estar formada por exconvictos, hooligans, miembros de psicópatas anónimos, joder, casi mejor me voy, pero a mi alrededor sólo había mucha niña mona y bastantes pijos, que como no se pongan a tirarse de los pelos o lanzarse las visas ahí a mala leche, de canto a la cara, no me parecían dignos de un gran temor. Sólo quedaba una posibilidad lógica: los seres humanos despreciables sin dinero ni físico de revista son inmediatamente detectados por el pequeño ejército y amablemente invitados a proseguir su camino, pero entonces yo no hubiera entrado. Y entonces lo único que se me ocurrió es que simplemente se trata de acojonar, es una barrera psicológica de entrada, de hacer que te sientas pequeñito y estés ahí sin dar demasiado por culo. Qué mundo más extraño y menos amigable éste, en el que un establecimiento comercial usa como argumento de ventas acojonar a sus clientes, qué raro es todo y qué mayor estoy yo que algo así me da más pena que otra cosa. Lástima que los servicios no tuvieran avisos sonoros, “Mee ahora...Mee ahora...Mee ahora”.

lunes, 7 de julio de 2008

Acerca de una niña

Sé que vienes a por mí, aquí estoy, soy culpable, lo sé, no voy a defenderme, confeso y convicto, soy el que más necesita mi castigo. He recorrido sendas de luz y las he convertido en túneles de oscuridad, me he cruzado con seres inocentes y les he enseñado lo que es el dolor, no me arrepiento, nunca prometí la felicidad, pero sé que es un delito, malograr lo bello, es terrible, sacrílego, imperdonable, quizás lo único imperdonable. Nadie vino a juzgarme, nadie me persiguió, salvo yo mismo. Porque no se puede tomar limonada al borde del río y permanecer impasible mientras pasan los cadáveres, al menos no eternamente. Así me lo hiciste ver cuando vertiste el whisky sobre mis zapatos de lona, aquella noche en la que tu llanto me dolió y empecé a ver los cuerpos arrastrados por la corriente, y no quise que el tuyo fuera uno más. Hasta entonces tú solías sonreír, como un payaso esclavo de su maquillaje, aunque la tristeza fuera tu alimento y tu hambre. Llora, y lloro contigo, por ti, por mí, por los muertos y los vivos, por la luz y la oscuridad, por lo profundo y lo vano, por las mujeres araña y los monos locos, por la victoria y la derrota, siempre la derrota, siempre yo. Egoísmo. Profundo y definitivo. Nada más. Es como soy y es lo que soy, en lo que me he ido convirtiendo, lo que se ha creado en mí, hasta que llegaste tú, y soy capaz de llorar contigo, y ésa es mi condena, que me hayas hecho ver cristalinamente lo que soy y como soy, lo que no era y como no era. Y quiero volver a ser. Está ahí, creo, lo veo cuando reconozco los pies de mi padre al final de mis piernas, eso no puede ser mentira, y en todo caso tú no lo eres. Quizá limpies mi alma, me redimas como el fuego que acaba con los demonios, y si ardo con él no tendrá excesiva importancia, excepto para ti, siempre tú, una excelente razón para sobrevivir y volver a ser, para que el río baje de nuevo tranquilo y los niños puedan jugar en la rivera, con madres confiadas que preparan limonada y secan sus manos bronceadas en paños de cuadros, para que fluya hacia donde debe ir llevando lo que debe llevar, y no lo que los monstruos arrojan a él.

sábado, 5 de julio de 2008

Ar caraho...

No soporto tener una sensación de inquietud, de no estar a gusto del todo. Es una sensación que durante muchos años me ha acompañado, que me sigue acompañando. Y necesito escapar. El destino elegido no tiene nombre de ciudad, ni de pueblo. El destino que me cambiaría cualquier perspectiva mal encarada, no tiene habitantes, ni monumentos, ni siquiera playa, que tanto me gusta. No aparece en ningún folleto de ofertas de viaje de cualquier agencia que hace su agosto en pleno enero.
Investigué horarios y rutas alternativas para llegar, pero no existen autobuses ni trenes, ni siquiera los taxistas saben decirme; ellos que tanto se molestan cuando les indico una calle para mi entender difícil de conocer e intento explicarles dónde está.
Desde hace tiempo, se me presenta un camino, ni siquiera es ese de las baldosas amarillas, pero me da la seguridad de que tiene algo que ver con ese destino que tanto he buscado. A veces el camino es divertido, te dan ganas de dar saltitos en plan Dorothy con el Hombre de Hojalata. Otras veces es calmado, pero con una gran sensación de paz, que no quieres que ninguna inclemencia te lo haga modificar. Entre paso y paso, a veces me he encontrado con pequeños pedruscos, intentas apartarlos del camino, de hecho, me he convertido en una gran experta en eliminar las piedras del suelo, no sin dejar de sentir el pequeño golpe que dan a la punta de mis pies. Intento ignorarlo, pero alguna herida seguro que tendré.
A diferencia de otras carreteras, no he podido ver ningún cartel de desvío. Y si me he cruzado con alguno, el bienestar, el reflejo de un sol brillante y acogedor, han provocado que mis ojos sólo vean la línea continúa, la que siguen mis pies.
A diferencia de otros caminos, aún no he podido ver ninguna indicación de “Bienvenido a...”. Y sigo, y continúo. Me gusta andar, me hace sentir viva. Hasta el dolor en las rodillas, por muchas veces hundirlas en el suelo, me hacen sentir las mejores sensaciones, las más profundas, las más animales.
Hoy he parado, he decidido beber agua, sentarme en una piedra y mirar alrededor. Y pienso que andas y ando últimamente con el tono vital bajo. No sé si será el calorcito que empieza a apretar, los cambios que se acercan o yo qué sé. Pero la cuestión es que todo da pereza. Y cuando digo todo es todo. Incluso lo que más gusta. Cuesta decidirse por tomar cualquier iniciativa, incluso salir a dar una mísera vuelta. Pensar en hacer algo hace que nos invada una terrible desgana. Yo, que era una cinéfila empedernida, me descubro buscándome excusas para no ver nada hoy. He conseguido, tras una lucha titánica conmigo misma, sentarme a escribir estas líneas (aunque me doy cuenta de que mis últimas entradas no son las mejores). Hasta me cuesta querer a mi propia familia. Y al final acudo a ti y a la música. Qué más podría pedir en un día como hoy.
Al fin, me despierto, ha sido un sueño largo...me encuentro cansada, las rodillas me duelen, no se porqué. Miro a mi alrededor y vuelvo a la realidad de donde partí. En un autobús, camino del pueblo del que salí hace unos días. El sol es abrumador. Las vacas que se ven en el campo dan sensación de pena, intentando buscar una gota de agua en toda la hierba. A mi lado, un anciano viajero. La estrategia de colocarme los auriculares y ponerme a dormir no ha servido...y sospecho que lleva rato hablándome. En un gesto de pura cortesía, le miro asintiendo...y decido prestar atención. Me cuenta anécdotas de su juventud, de su primer trabajo, de los jornales tan míseros que ganaban por 14 horas de sol. De repente cambia su gesto, esos ojos de melancolía y añoranza se vuelven algo tristes. Y me cuenta que se encuentra solo, cansado, perdido...que anda buscando un destino que en los mapas no encontró. Que alguien le indicó que se montara en ese autobús, que le llevaría a un destino seguro. Y de repente ha tenido la completa seguridad de que se equivocó...que estaba mejor en ese camino de pedruscos y sin carteles...que seguro que le hubiera llevado al mejor fin.